Quejarse en ocasiones sirve de algo


Hace dos semanas me encargaron la revisión de un texto traducido acerca de una herramienta utilizada en laboratorios químicos. La gestora de proyectos de tradución correspondiente me informó que había calculado (no me preguntéis cómo) que tardaría unas tres horas y media en realizar la revisión. También me dijo que tenía que hacer una LQA (Language Quality Assurance), es decir, que tenía que rellenar un formulario con todas las correcciones realizadas e indicar la gravedad de los errores para poder evaluar al traductor. Además, me dijo que otra compañera se pondría en contacto conmigo porque también quería que creara un glosario. Me llamó por teléfono y me dijo que había calculado (esto me resulta más difícil de calcular si cabe que lo anterior) que tardaría una media hora, pues solamente (¡solamente!) tenía que ir añadiendo los términos en el glosario a medida que iba realizando la revisión. Yo ya sabía que no iba a tardar cuatro horas en hacer ambas tareas, pero si se lo hubiera dicho de primeras, me habrían preguntado:

– ¿Y cómo puedes calcularlo si todavía no has visto el texto?
– ¡Fíjate! Justo en eso estaba pensando. ¡Dímelo tú!

Sin embargo, esta conversación no se produjo y me limité a aceptar el encargo, teniendo muy claro que, una vez pasadas las 4 horas «pactadas», hablaría otra vez con la encargada del proyecto y le comentaría la situación.

traductor quejandose
Y este fue el proceso:

1. Me facilitaron una base de datos que, al parecer, contenía los términos más relevantes. Me dijeron que tardaría un poco en cargar, pero que no me preocupara. El caso es que tuve que actualizar la base de datos para poder abrirla con mi versión de Multiterm y, efectivamente, tardó «un poco en cargar» (unas ocho horas, básicamente). Al comenzar con la revisión, me di cuenta de que los términos más relevantes eran pocos e innecesarios (machine, air, product...).

2. Al ver que los términos que había en la base de datos no eran muy útiles, decidí que incluiría en el glosario todos los términos y expresiones especializadas que me encontrara (es decir, prácticamente todo el texto). TRADUCCIÓN: no tardé media hora.

3. A medida que revisaba la traducción veía cosas más y más raras: «si ha ordenado un ordenador», «regrese los valores», «la herramienta necesita NO accesorios». Además, abundaban las omisiones y las «traducciones libres»... Yo iba leyendo, con mi asombro en aumento y anotando todo. Efectivamente, después de cinco horas me puse en contacto con la gestora de proyectos y le comenté la situación. Mi enfado con el traductor era alto, y por eso entonces me confesó que se le había olvidado comentarme que la traducción la había realizado un traductor no muy experimentado. Entendí que había «errores» que quizá no lo eran tanto, pero otros 100 que no tenían explicación alguna, así que seguí con lo mío. Sin embargo, le dije que ya había trabajado una hora más de lo pactado y que al menos me quedaban dos horas más (no me costó nada calcularlo: tenía que acabarlo en dos horas).

4. Finalmente la persona encargada lo entendió perfectamente y en dos minutos lo arregló y rectificó las horas pactadas en un principio. Además, tengo que admitir que fue muy simpática y se disculpó por las posibles molestias causadas por su olvido.

MORALEJA:
      
      ¿De qué sirve quejarse en FB (que lo hice) o en Twitter (que también lo hice) sobre lo mala que es la traducción que tenemos que revisar?    

      ¿De qué sirve quejarse mientras te tomas un café con un colega sobre la misteriosa capacidad que tienen los gestores de proyecto para calcular el tiempo que vas a tardar en hacer algo? 

     ¿De qué sirve «hacerse mala sangre» porque te está costando más tiempo del esperado hacer un trabajo y la culpa no es tuya? (Porque, en mi caso, la culpa la solemos tener mi versión de Trados o yo).

Quejarse
Pues ya os lo digo yo: absolutamente de nada. Porque, como dice el refrán “el que quiera peces, que se moje el culo”. O como dicen la mayoría de los novios cuando son incapaces de entender por qué se ha enfadado su chica:  «Pero si no me dices qué he hecho mal, ¿cómo lo voy a saber?». Hablando se entiende la gente, así que en estos casos lo mejor es quejarse ante la persona indicada (con buenas formas y siendo lo más educado posible) y explicar por qué necesitamos más tiempo, por qué vamos a cobrar más por el servicio o por qué el traductor en cuestión no ha dado la talla.

¿Qué hacéis vosotros cuando tenéis algún problemilla de este tipo? ¿Cómo calculáis lo que vais a cobrar por una revisión? ¿Cobráis por hora o por palabra? ¿Sois más de quejaros en el bar o ante la persona apropiada?

¡Que tengáis una buena semana! Y si tenéis que revisar alguna traducción, espero que os toque un traductor que al menos pase el corrector ortográfico.

Didáctica aplicada a la traducción



Vuelvo al blog con un tema que me gusta mucho: la didáctica. Voy a hablar sobre las ventajas de la didáctica aplicada a la traducción (que no la didáctica de la traducción).La pregunta desde la que parto es ¿por qué enseñar es bueno para un traductor? Principalmente porque ayuda a desarrollar dos competencias fundamentales para el traductor: la competencia cognitiva y enciclopédica.

Enseñar ayuda a aumentar tu conocimiento sobre ciertos temas, a enfocarlos de distinta forma y a aprender qué léxico y terminología se usa en ciertas disciplinas. Desde que empecé a tener contacto con estudiantes de traducción veo cómo hablan los alumnos, cómo se expresan, que variación usan según su situación y qué registro es el adecuado según el alumno. He aprendido a corregir y revisar, a conocer cómo una persona ordena una realidad y cómo la va organizando a la vez que va aprendiendo. Y es que al fin y al cabo, conocer todos estos parámetros es lo que luego un traductor domina, consciente o inconscientemente, en su trabajo.

Didactica aplicada a la traduccion
La idea de que la traducción es un servicio es más que clara. Además, se trata de un servicio cuyo fin principal es que un receptor acceda a cierta información. La forma en la que llega la información es clave según los tipos y modalidades de traducción. Esto ocurre exactamente igual que en la didáctica: la forma en la que enseñas depende de tu receptor, de su conocimiento, de sus habilidades, actitudes y aptitudes. Podríamos decir que, desde una perspectiva muy general, uno de los fines de la traducción es enseñar, instruir e informar.

Normalmente el proceso de traducción tiene en cuenta multitud de parámetros para que el propio producto lingüístico llegue a un receptor. Este producto debe ser claro, debe ser conciso. Debe informar. No obstante, cuando esta claridad y concisión se vuelve oscura o casi incomprensible puede deberse, precisamente, al encargo de traducción (por ejemplo si una empresa de traducción te encarga una novela de terror o suspense).

Casi siempre, el objetivo del producto lingüístico es instruir. Por ejemplo, me pidieron dar clases de sintaxis teórica a un alumno de la ESO. ¿Para qué quiere un profesor examinar a un alumno de ESO de teoría de la sintaxis? En realidad, por mucho que cuestione el comportamiento de ciertos docentes, el único interés que hay en mí es que el alumno adquiera el conocimiento suficiente para afrontar ese «reto» académico, y que entienda y domine la materia. De ahí que pueda decirse eso de «el cliente siempre lleva la razón». Aunque, ¿es esto del todo cierto en traducción (incluso en la docencia)? Existen momentos en los que es precisamente el cliente el que determina un estilo o terminología que permanece invariable y que, además, puede ir en contra de nuestras consideraciones como lingüistas. Resumiendo, que por mucho que no nos gusten las palabras empleadas por el cliente, es él quien las decide.

la traduccion didactica
 
Otra de las similitudes en ambos campos son los «milagros». Por mucho que sepas, por mucho que se te de bien una cosa, por mucho que hayas traducido los textos más difíciles que hayan existido, nadie realiza milagros.

Lo imposible: en el campo de la traducción, editar y traducir una web con terminología institucional en dos o tres días y, en el campo de la docencia, conseguir que, en tres semanas, un alumno del último curso de la ESO adquiera un nivel B1 de inglés cuando ni siquiera sabe decir «Me llamo tal y tengo tantos años»; preparar selectividad a otro alumno con un nivel de comprensión y redacción ínfimos (en realidad «ínfimo» es un ínfimo adjetivo en comparación con el atributo real…); asegurar un aprobado en un examen sobre teoría de la sintaxis el día de antes o convertir a un alumno en un orador decente cuando demuestra una nula  (pero nula, nula…) habilidad y aptitud para hablar y comunicarse en público en registros distintos al cotidiano.

traduccion didactica

Muchos no verán muy clara esta relación pero estas últimas odiseas me han permitido aumentar muchísimo mi vocabulario, mis habilidades sociales y comunicativas, el conocimiento sobre una materia y su relación con otras. Mucho más importante, al menos, personalmente, me han enseñado a reformular y a traducir mis propias palabras

Un traductor ha de ser organizado


Hoy es uno de esos días en los que no tienes nada que hacer y te acuerdas de que tienes un blog, así que aquí estoy. Tenía pensado escribir una entrada sobre qué hacer los días (semanas o meses si estás empezando) en los que no tienes ningún encargo ni nada remunerado que hacer. Sin embargo, creo que voy a hablar de otra cosa: un traductor debe ser organizado. Para explicaros el porqué, os cuento cómo ha sido mi última semana:

Miércoles: llega uno de esos e-mails, acepto el encargo y Trados se niega a abrir los archivos porque dice que le hace falta no sé qué (ahora sí lo sé y no volverá a faltarle nunca).

problemas software de traduccion
Jueves: me tiro todo el día (y parte del anterior) intentando solucionar el problema. La gestora de proyectos de traducción me comenta que intentará hablarlo con los informáticos de la empresa de traducción de Barcelona para ver si es que falta algún archivo o hay algún problema. A última hora de la tarde, después de haberme leído todos los tutoriales del mundo y de haber probado todo lo habido y por haber, consigo solucionar el problema (y me atrevería a decir que casi por casualidad). Llamo a la agencia de traducciones y la gestora me dice que entregue la traducción el lunes. Un rato después me llaman y me ofrecen hacer una revisión para entregarla al día siguiente. Estoy más liada que la pata de un romano, pero acepto (hace un mes que no entra trabajo y aquí no se dice que no a nada). El traductor no había puesto mal ni una coma, así que acabo en un momento y me dan ganas de llamarlo para darle las gracias.

Viernes: me paso la mañana en la universidad porque se me había olvidado que tenía que acudir a un acto (si no llega a ser por mi relación amor-odio con Trados, no sé cómo lo hubiera hecho: no hay mal que por bien no venga). Traduzco y reviso una y otra vez el texto como si no hubiera mañana (pero no hasta la mañana siguiente, sino hasta el lunes).

Sábado: sigo traduciendo y revisando, pero me acuerdo de que el martes tengo un examen. Ya a las 9 de la noche decido ponerme a estudiar.

Domingo: estudio, leo la traducción, estudio, la vuelvo a leer…

Lunes: entrego la traducción a primera hora y me voy corriendo a entregar unos papeles a hacienda (como buen contribuyente español, sí señor). Me acuerdo de que tengo que entregar una práctica (y hacerla primero, claro).

Martes: estudio un rato más, hago el examen y, antes de caer en brazos de Morfeo, decido que a partir de ahora tengo que organizarme mejor.

¿Y cómo? Pues yo, de momento, voy a comenzar a seguir estos sencillos pasos:

un traductor ha de ser organizado
Disponibilidad: conviene tener un calendario bien hermoso al lado del ordenador para tener claro si podemos aceptar un encargo de traducción o corrección o no. De esta forma, sabiendo qué es lo que tenemos que hacer en los próximos dos o tres días, nos resultará más fácil calcular si podemos realizar una traducción de calidad y, además, tener tiempo para comer y dormir (de vida social ni hablamos, ya tendremos tiempo la semana siguiente cuando no haya trabajo).

      - Estudios: somos muchos los que hemos decidido hacer un máster (mucho se ha hablado de este tema los últimos días). Si se combinan los estudios con la traducción, es muy importante llevar el tema académico al día. Realizar las prácticas y trabajos a tiempo nos garantiza que si nos sale un encargo dos días antes de un plazo de entrega de algo de la universidad, no nos supondrá un problema. Con los exámenes pasa lo mismo: mejor ir estudiando la materia poco a poco que pegarse el atracón el día de antes (y, mucho menos, si el día de antes tienes que entregar una traducción). Además, se supone que has elegido ese máster porque te interesa la materia y quieres especializarte, así que nada mejor que dedicarle un poco de tiempo todos los días para asimilar bien los conceptos y aprender más.

Fiscalidad: trabajar por cuenta propia tiene una serie de ventajas y desventajas que todos conocemos (o sufrimos). Una de las cosas que menos les suele gustar a los traductores es tener que encargarse de los temas fiscales (sobre todo a los que, como yo, son de letras puras). Conviene tener todo al día y no dejar nada para última hora. Si hay un mes para entregar la declaración del IVA y lo dejas para el último día, es probable que te surja algún problema y acabes entregándola fuera de plazo. Además, a la hora de facturar conviene ser organizado y puntual: en mi caso, si en lugar de enviar una factura el día 31 de enero lo hago el día 1 de febrero, significa que cobraré 30 días más tarde (y añadirle 30 días a los tropecientos que tengo que esperar hasta que me paguen…).

      - Herramientas TAO: aquí hay dos cosas que me gustaría comentar. En primer lugar, hay que asegurarse de que las herramientas con las que trabajamos funcionan correctamente, están actualizadas, etc. Que llegue un encargo y te tires horas para empezar a traducir porque hay un problema con el software de traducción, no tiene ninguna gracia (doy fe). En segundo lugar, a veces también te ofrecen hacer una traducción con una herramienta que no tienes ni dominas. En ese caso entra en juego el factor formación. Conviene conocer y probar nuevas herramientas, sobre todo las gratuitas que están a disposición de todo el mundo.  Asistir a cursos de formación también es una inversión de tiempo (y normalmente dinero) que nos puede salir muy rentable a corto plazo.


Ha sido una entrada un poco estresante (¡sobre todo para mí!), así que lo dejo por hoy. ¡Muy pronto más!